Los pueblos de la Sierra Norte de Sevilla  tienen un más que aceptable contenido monumental de murallas, castillos, iglesias, conventos, fuentes, ermitas y arquitectura civil y popular. En su modestia y para su tamaño, San Nicolás del Puerto, cumple dignamente en la comarca pues tiene ejemplares bien conservados en lo que a patrimonio arquitectónico se refiere. Así, destacamos la iglesia parroquial de San Sebastián, la ermita de San Diego, el puente del Galindón y la fuente del callejón. Todos ellos tienen una ya considerable antigüedad.  A los mencionados, debemos añadir algunos restos en  peor estado de conservación, como el llamado “Torrejón” o la primitiva iglesia-cementerio, al parecer encomendada a Santa María, en la zona del castillo, y el puentecillo sobre el Huéznar cuya cimentación es romana.

 

      Más reciente son algunas construcciones singulares del tiempo de la industrialización de la zona, tales como El Martinete; o la estación y los ya desaparecidos puentes de hierro, claras manifestaciones de la arquitectura ferroviaria del XIX. En éste capítulo no podemos dejar de incluir el viejo poblado minero del Cerro del Hierro, así, sumaríamos a ésta relación ciertos edificios y tinglados ferroviario-mineros, su capilla de clara influencia anglosajona, y los “chalets” de cierto sabor colonial, y hasta la entrañable, y también extinta, cantina de esta pedanía morucha.

 

      Supongo que más de uno, a estas alturas de lo escrito, echará en falta el crucero-humilladero del comienzo de la calle Cruz, pero he preferido dejarlo aparte porque no se si considerarlo como bien conservado o ya como un resto por lo que más adelante se verá.

     

      Al contrario de lo que ocurre en la mayoría de las regiones de España, no existen muchos ejemplares de humilladeros en Andalucía. Donde más abundan es en las comarcas de toda Sierra Morena, desde los montes  de  Andújar hasta los de Aracena y Picos de Aroche, donde los hay  muy antiguos, como  en Fuenteheridos (Cristo de la Verónica y ”Plaza el Coso”, siendo éste último  semejante  al de San Nicolás), en Galaroza (cruces de “La Pizarrilla y de “Los Álamos”) o en  Higuera de la Sierra donde se componen de robustos pilares sobre gradas, encalados y coronados por cruces de cerrajería semejantes a la “Cruz Blanca” en la bifurcación que separa los caminos de “Los Parrales” y de la ermita de San Diego.  También son muy frecuentes en las tierras cordobesas de Los Pedroches y Valle del Guadiato, ricas en granito, lo que favorece este tipo de monumentos populares.

 

      Colocándose habitualmente en las salidas de poblaciones, en encrucijadas, cementerios, hospitales y ermitas, en la creencia que espantaban demonios y enfermedades, el de San Nicolás del Puerto no es una excepción, pues se localizaba donde antiguamente debía  terminar el pueblo aproximadamente, en la recién recuperada fuente del callejón. Es muy similar a varios que hay repartidos por los pueblos de la Sierra Norte sevillana como el de la calle Corredera de Alanís de la Sierra, (pueblo en el que hay otros dos de cerrajería: el e la Fuente Los Caños y el de la calle Nueva) o el de la ermita de la Virgen del Espino en El Pedroso, el cual es de hacia 1540 y, hecho en una sola pieza de granito blanco, es  el más artístico de todos.  Los hay también en Constantina (Ermita de la Virgen de la Yedra) y en Alcalá del Río. De toda la zona, el mas diferente es el de la ermita del Cristo de la Salud en Guadalcanal.

     

      Según refiere el profesor Hernández Díaz, el crucero de San Nicolás, se levantó entre 1550 y 1575 hecho en piedra. No se ha valorado hasta el siglo XX ya que no es citado ni en la carta que el párroco D. Juan Vicente Gómez Lozano envió el 20-1-1784 como respuesta al cuestionario del conocido Diccionario Geográfico de Andalucía de Tomás López, (Cristina Segura Graíño, Ed. D. Quijote, Granada 1989) ni en el homónimo Geográfico-Estadístico-Histórico de Pascual Madoz editado entre 1845 y 1850.(D. Sánchez Zurro y otros, Ed. Ambito, Valladolid 1986).

 

      Nuestro crucero consta de una columna que de abajo arriba tiene una basa con molduras, un fuste que se va estrechando en altura y que es estriado en su tercio inferior y acanalado en el resto, y un capitel corintio. Encima se levanta un pequeño pedestal en forma de tronco de cono sobre el que hay un crucifijo de brazos iguales cuyos extremos, menos el que sirve de apoyo, se rematan con bolas. Dos de las caras de la cruz sirven como planos en los que se han esculpido  relieves que representan a Cristo, uno desnudo y expirante, y vestido y rígido, el otro. Todo el conjunto se apoya en un zócalo de dos escalones con el reborde, creo que se llama “de cuello de paloma”, hecho en ladrillo.

 

      Durante décadas nos hemos acostumbrado a verlo en color gris, con capas de musgo verde y ocre que constituían el certificado de una solera de siglos en pié. Pero ahora, al verlo tan blanco y reluciente, más que un antiguo y humilde monumento, nos parece una de esas esculturas de escayola que muerden, en lugar de adornar, en la mesa de un salón o  en la  del jardín de un chalet. Ha perdido bastante de su arraigo popular al ser enmascarados sus materiales naturales por una pátina de cemento, y con ello, mucho de la frescura, de la espontaneidad y del carácter rural que tenía.

   

      No creo que estuviese aquejado del llamado “mal de la piedra” que es simplemente la alteración de la roca cuando se expone a unas condiciones distintas a las que existían en el momento de su fabricación. Da la sensación de que nuestro humilladero es de caliza de grano grueso, que resiste mejor todos los agentes externos e internos que provocan las reacciones químicas que lo pueden erosionar. Por otro lado, San Nicolás no es un medio urbano en el que se produce una gran contaminación atmosférica que aceleraría el proceso de desgaste de la piedra monumental. La cruz sólo estaba afectada por la acción de los musgos, lo que vulgarmente llamamos “verdina”, y quizás por vibraciones procedentes del tráfico de la carretera, por lo que no estaría de más que se le devolviese a su emplazamiento originario que es más resguardado. No dudo tampoco de la buena intención de quienes han querido rehabilitarlo, pero echarle una capita de cemento encima para preservarlo, más que embellecer el humilladero, lo ha perjudicado.

 

 

 

 

      José Ramón Yúfera Ginés