La camarera de ojos verde esmeralda

 

Un relato de Carlos Diego Remuzgo Sánchez

 

En la noche de la tormenta me encontraba en uno de esos moteles baratos alejados d toda civilización: de la carretera principal, de los curiosos, de la policía.  Aún guardo indeleble en mi memoria el paisaje que asomaba por entre las cortinas verdes de m habitación: una montaña, una carretera de segunda y un poste de telégrafos del siglo pasado.  Y nada más. 

 

Era un motel sencillo, con pocas estancias, casi en ruinas, y con una cafetería al uso, de las que te sirven tanto un bollo relleno de crema como una hamburguesa con chili picante. Llegué al lugar buscando un sitio donde descansar y comer algo caliente, y aquel motel era lo más cercano que iba a encontrar a kilómetros de distancia; así que aparqué el coche e una explanada para tal fin justo enfrente de la cafetería, al lado de un par de coches sucios y abollados.  Al entrar pude observar la cocina, que se encontraba justo enfrente d la entrada, donde un hombre fornido con un tatuaje en el brazo derecho freía unos huevos en una sartén demasiado negra como para reconocer su marca.  Después mis ojos recalaron en la barra, en los taburetes vacíos y en las mesas igualmente vacías que s encontraban a la derecha.  Detrás de la barra una chica con un delantal manchado d grasa me miraba tan fijamente que parecía que se le iban a salir los ojos de sus cuencas Tras una breve inspección ocular por ambas partes, de lo que deduje que era la camarera del lugar, - y que tenía unos preciosos ojos verde esmeralda-, me saludó con un movimiento de la cabeza muy gracioso, y yo le respondí con una de mis mejores sonrisas.

-Buenas tardes señor. - Me dijo tras una pequeña pausa -, ¿Desea comer en la barra o en la mesa?  Hoy hay sopa de fideos y albóndigas con tomate, o hamburguesas con beicon huevos fritos con patatas. ¿Usted no es de por aquí, verdad? -Esto último lo dijo mientras caminaba sensualmente hacia una de las mesas, provocando que la siguiera con la mirada.

-No. - dije algo nervioso. - Estoy de paso, me dirijo a  la ciudad y querría comer algo caliente antes de proseguir mi viaje. ¿Usted qué me recomiendo? - Pregunté intentando ser amable. Ella se quedó mirándome largamente, con una mirada inquietante, que me irritó.  Al fin habló.

-Yo que usted elegiría las albóndigas con tomate. - Contestó. - No es que estén demasiad buenas, pero son de hoy, y están calientes.

- De acuerdo. - respondí mientras me sentaba. - Albóndigas con tomate.  Me parece bien. Gracias.

La chica lo anotó en su cuaderno y entonces ocurrió un hecho que en ese momento no le di importancia, pero que sería crucial como más tardé se verá.  Justo cuando ya s marchaba, y antes de darse la vuelta, me miró muy fijamente y guiñándome un ojo empezó a mover los labios lentamente, como si quisiera contarme algún secreto.  Huelga decir q no entendí nada de lo que quería decirme, y, como ya he dicho, no le di demasiada importancia. ¿Qué querría decirle una camarera de un motel casi en ruinas a un viaje perdido?  Pero como ya he dicho, al final sí había algo importante que contar.

Más tarde, saciado ya mi apetito, me levanté con la intención de pagar la consumición largarme de aquel lugar para siempre.  Veinte euros más la propina, un robo, pero no tenía intención de devolverlo, así que salí a la calle y me dirigí hacia mi coche.  Observé el cielo: una tormenta empezaba a tronar en las cercanías.  Instintivamente busqué con la mirada mi coche, y allí estaba, junto a los otros dos.  La tormenta cada vez estaba más cercana y un rayo cayó muy cerca, haciendo que se iluminara el lugar de forma fantasmagórico. Me paré unos instantes, justo cuando empezaban a caer las primeras gotas.  Miré al cielo una nube negra como el hollín justo encima de mi cabeza, lo que hizo que acelerara marcha.  Llegué al coche justo cuando la lluvia caía más fuerte.  Abrí la puerta y e rápidamente.  Sentí alivio al poder tocar un objeto familiar y encontrar su calor.  Cerré los por unos instantes, pero al abrirlos la pesadilla empezó a tomar forma.

 

Me hubiese gustado decir que arranqué el coche, que dejé atrás aquel motel barato, al cocinero fornido e incluso a la camarera de ojos verde esmeralda.  Sí, eso hubiera estado bien, pero no fue lo que ocurrió.  La verdad fue que el coche no arrancaba, el motel seguía estando en su lugar y un trozo de papel se encontraba en el asiento del copiloto, lo que hizo que me quedara aquella noche de tormenta.

Cogí el papel con recelo, y tras echarle un rápido vistazo empecé a leerlo.  Decía así: "Por favor no se marche señor necesitamos su ayuda.  Quédese en la habitación número 8. Más tarde iré yo misma a hablar con usted y se lo contaré todo.  Por favor ayúdenos".  Francamente, me quedé anonadado al terminar de leerlo. ¿Qué estaba sucediendo? -Sería una broma, - me dije. -Sí, tenía que serloAlguien me ha querido gastar una broma pesada y ahora se estará riendo a mi cosa, quizá observándome en este justo momento, viendo la cara de espanto que se me ha tenido que quedar.  Pues riámonos juntos: "Jojoja", mira como me río. Pero diablos, ¿y si la nota la había escrito esa camarera?  Puede que esté en apuros y eso era justamente lo que intentaba decirme entre dientesEste lugar está muerto, ¿quién pasaría por aquí para auxiliarlos?  Lo mejor será que me asegure que todo está en orden.  Solo eso, echar un vistazo y largarme.  Además, el coche no arrancaba y la tormenta no tenía bueno pinta.

Miré afuera, y la lluvia aún caía a cántaros.  Cogí el trozo de papel, lo guardé en el bolsillo de mi pantalón y abrí la puerta del coche.  Me dirigí a toda velocidad hacia el motel y llamé a la puerta varias veces, pero nadie respondió.  Me di cuenta que la puerta estaba abierta poco después, y la abrí sin más demora.  Dentro el olor a humedad impregnaba todo el lugar, pero se estaba caliente y unas pequeñas lámparas mantenían iluminada la estancia.  Subí las escaleras y me encontré con un pasillo lleno de puertas.  Las estuve mirando detenidamente, y me quedé parado justo delante de la habitación número 8, tal como decía el trozo de papel que, inexplicablemente ahora se encontraba en mi mano, cuando recordaba perfectamente como lo había guardado en el bolsillo de mi pantalón.  Abrí la puerta casi sin saber lo que estaba haciendo, y allí estaba ella, con sus ojos verde esmeralda y su sonrisa llena de vida.

-Ha tardado en llegar señor, yo pensé que no vendría. - Dijo con una voz casi angelical -Perdone que le hoya citado de esta manera, pero no tenía mucho tiempo, y mi vida corría peligro. - Hizo una pausa, momento en el que aproveché para acercarme un poco más a ella y poder observarla bien.  Era delgado, alta y de cabellera rubio, formando una melena que le llagaba hasta el cuello.  Y era muy atractiva, demasiado para estar perdiendo tiempo en un lugar como aquel.  Ella continuó hablando. -Señor, por favor, ayúdenos, esto no es realmente un motel, aunque lo parezca. - La sonrisa se le borró de su rostro, y sus ojos estaban perlados de lágrimas. -Antes lo era, pero ahora es una trampa para todas aquellas chicas que pasan por aquí.  Verá, el dueño del motel nos tiene secuestradas y nos tiene a su servicio día y nocheTenemos miedo a que nos mate como les han sucedido a otras.  Todas las noches sube a nuestras habitaciones y nos pega. Tiene un motón que nos vigila día y noche para que no nos escapemos.  Por favor ayúdenos se lo suplico.  No tengo mucho tiempo, y se nos está agotando. -Tranquila, relájese y siéntese un momento.  Contesté intentando tranquilizarla. -No puedo relajarme, tengo miedo por lo que pueda hacer algún día.  Además...

No pudo seguir hablando.  Un ruido de pasos que procedía de la habitación de arriba la espantó de tal manera que salió corriendo de allí.  Tan solo pudo balbucear unas cuantas palabras: -Está aquí, oh Dios mío, ya está aquí... -¿Quién? ¿Quién está aquí?  Señorita, cuénteme todo desde el principio y... -Pero no pudo seguir hablando, desapareció de mi vista tras la puerta.

Los sonidos de la habitación de arriba continuaron unos momentos más, pero al final se callaron y todo se quedó en completo silencio.

Me quedé solo, observando el paisaje que se vislumbraba por entre las cortinas verde Fuera no paraba de llover y la tormenta no parecía amainar.  Pasaron unos cinco minutos en los cuales no sabía qué pensar, si aquello era real o no, o si estaba realmente loco. Intenté serenarme, pensar en una forma de... El ruido de unos golpes en la puerta me sobresaltó.

Me levanté deprisa, recorrí el espacio que me separaba de la entrada a la habitación y gire el pomo de la puerta.  Un hombre de extraño aspecto y con la cara desencajada me  miraba muy fríamente.  Sus ojos eran del color del hielo, como pequeños témpanos redondos, y sus manos eran callosas y presentaban múltiples heridas.  No pude reprimir un pequeño chillido al verle de sopetón.

-Joder, ¿quién eres tú?  Me has dado un susto de muerte. -dije con cierto enfado.

El hombre se quedó mirándome fijamente, sin pestañear, con aquellos ojos helados penetrando en mi mente.

-Hola señor. ¿Puedo pasar? -Su voz era dulce, armoniosa, que no le pegaba en absoluto.  Yo solo pude balbucear unas pocas palabras.

-Cla ... cla ... claro.  Pase, pase.

Si su voz era extrañamente dulce, su andar era tosco, ruidoso y encima cojeaba de la pierna derecha.  Anduvo unos pasos hacia la cama, tras los cuales se paró y se giró en redondo.  Yo cerré la puerta y lo miré de arriba abajo: su ropa estaba hecha jirones, sucia y llena de manchas oscuras.  Tras una larga pausa que me exasperó, le pregunté sin más.

-Bueno, ¿Qué quiere de mí?

De nuevo aquella voz armoniosa llenó la habitación.

-Señor, está usted en peligro.  Sería largo contarle todo, únicamente debe saber que si se queda más tiempo, morirá.

-¡¿Morir?! 0 aquel hombre me estaba gastando una broma, o era la camarera quien lo había enviado para avisarme de algún peligro.  Hice como quien no lo había oído.

-De acuerdo, señor... ¿cuál es su nombre, por favor?

-Creo que no me ha entendido señor.  Cuando acabe la tormenta será tarde, y usted morirá.

No iba a ser fácil aquella conversación. -Veamos. ¿Por qué dice que voy a morir?  Me encuentro perfectamente.  Pero aquel hombre no se daba por vencido. -Veo que voy a tener que explicárselo con más detalle, señorEsa mujer, esa ... camarera, no es más que una farsante.  Intenta que usted se quede hasta el final de la tormenta, para así poder matarle.  Ha ocurrido con otros, no es usted la primera persona a la que aviso.

En ese momento un rayo debió caer muy cerca de la habitación, iluminándolo de forma fantasmagórica.  Aquel hombre continuó hablando.

-Tranquilícese, señor.  Veamos... ¿ya sabe lo que tiene que hacer?

 -¿Saber el qué? -pregunté.

-Supongo que ya habrá estado aquí, y al oír los pasos en el techo ha salido corriendo, ¿Me equivoco?

-¿Cómo?  No entiendo...

-No se preocupe señor, yo se lo explico todo.  Pero antes dígame, ¿Todavía posee la nota que le ha dado la camarera?

-Sí... creo que la tengo aquí ... en el bolsillo.  Rebusqué en los pantalones pero no la encontré por ninguna parte. ¿Qué estaba ocurriendo?

-¿No lo encuentra señor?  Tranquilo, es normal que no lo tengo, pues no existe.  Al menos no en esta ocasión.

Harto ya de aquella conversación absurda le insté a que me contase de una vez qué estaba ocurriendo allí y qué pintaba yo en aquel cuadro surrealista. -De acuerdo señor, se lo contaré desde el principio.  Hace años, este lugar era un prostíbulo, donde las chicas se prostituían a cambio de unos pocos euros.  Pero el dueño del motel se quedaba con todo el dinero, y las pegaba si éstas se sublevaban, llegando incluso a amenazarles de muerte si se iban o avisaban a alguien.  Al principio no hicieron nada, pues le temían, pero una de ellas pudo posarle una nota a un cliente, citándole en esta misma habitación, para contárselo todo.

Se me erizaron los pelos de todo el cuerpo cuando escuché lo que me contaba. ¿Estaba mintiendo?  A medida que iba contando la historia me entraban unos escalofríos tremendos, y sus ojos, sin pestañear, me miraban fijamente.

-No me digas más. -inquirí sin más, intentando serenarme-.  Esa mujer tenía los ojos verde esmeralda.

-Sí, señor.  Ella le avisóPero con tan mala fortuna que el dueño se enteró de todo, y esa misma noche las mató a todas.  Fue en una noche como esta.  Una noche de tormenta.

Esta última frase la dijo con una cierta sonrisa en sus labios resecos, y pude atisbar un cambio en sus ojos de hielo, que ahora más bien parecían rojo sangre.  Durante unos instantes todo se calmó, incluso la tormenta parecía alejarse.

-Y dígame, ¿quién es usted? ¿Qué pinta en esta historia? -Pregunté tras unos segundos silenciosos.

- Soy la persona que le citaron en esta habitación.-dijo volviendo el hielo a sus ojos.

Debió de quedárseme una cara de espanto que horripilaría a cualquier persona.  Tardé en serenarme, intentando pensar en todo lo que aquel "ser" me había contado, puesto que ya no era para mí un hombre, era un fantasma venido del más allá para avisarme del peligro que corría si me quedaba allí toda la noche, aquella noche. - Ahora ya sabe por qué debe irse antes de que la tormenta acabe.- continuó tras un momento silencioso-.  Ellas morirán a manos de su dueño, tal y como sucedió entonces y usted ... será como yo.

No quise saber nada más.  En cuanto terminó la frase me dirigí hacia la puerta, miré una último vez a aquel "ser", le di las gracias y me dispuse a largarme, pero esta vez de verdad. Él asintió con su pesada cabeza, atisbando una sonrisa en sus labios resecos.  Bajé las escaleras a gran velocidad, sin pensar en los ruidos que se oían por todo el motel.  Mi única obsesión era llegar lo antes posible hasta el coche, arrancar y salir de aquel maldito lugar.  Y fue entonces cuando terminó la tormenta.

Justo en el momento en que abría la puerta de la entrada al motel, una mano fría y huesuda me cogió del brazo tirándome hacia atrás.  Yo caí al suelo, y al querer levantarme pude observar a mi agresor: era la camarera de ojos verdes esmeralda.  Su mirada era de hielo y su cuerpo era translúcido.  Mi miró fijamente, sin pestañear.  Llevaba un delantal blanco, con manchas oscuras, y en su mano, llena de heridas, sostenía un cuchillo de pelar patatas.  Me puse de pie como pude e intenté abrir la puerta para salir.  Ella no se movió del lugar, observando cada movimiento que hacía.  Pero la puerta no se abría.  Recuerdo que pensé que aquello era el final y me dejé llevar por la situación, pensando que si tenía que morir, mejor sería que lo hiciera ella, por lo menos moriría habiéndole conocido.  Pero ella no tenía intención de matarme.  Seguiría allí, inmóvil, con sus ojos fijos en los míos, hasta que llegara el dueño del motel, y él la matara, o mejor dicho se dejara matar, y luego me mataría.  Comprendí esto cuando vi una sombra bajando las escaleras, y un escalofrío me recorrió la espalda.  Me quedé esperándolo como quien espera una muerte segur Pensando en cómo sería.  Entre tantos pensamientos, se me coló una imagen en mi mente: la de aquel ser que me había avisado de todo esto. ¿Vendría en mi ayuda? ¿Habría muerto ya reviviendo el horror que pasó allí hace años?  Aquella sombra poco a poco se iba haciendo más corpórea, y su imagen se hacía más nítida a cada segundo que pasaba. Entonces lo reconocí, con sus ojos de hielo.  Aquel que era el dueño del motel no era otro que el "ser" con el que yo había hablado en la habitación, el mismo que me dijo que debía irme si no quería morir.

Pero entonces, otra sombra, igual de negra, apareció de la nada derribando al ser que sería mi asesino.  Ambos cayeron al suelo, pero éstos desapareciendo bajo él.  La camarera de ojos verde esmeralda los siguió, desapareciendo en un suelo de losetas blancas y negras.  Me puse de pie, giré el pomo de la puerta de la entrada y salí corriendo hacia el coche.  No quise saber el por qué ahora la puerta sí se abría, únicamente quería coger el coche y salir huyendo de aquel lugar de pesadilla.  Atrás dejaba un lugar de muerte y desolación.  Por fin la tormenta había terminado del todo.

Y en cuanto a mi salvador, no creo que sepa nunca quién es, aunque bien podría ser una de las personas que, al igual que yo, acudiera a la llamada de la camarera de ojos verde esmeralda, aunque con menos suerte.