La invasión

El 2 de Enero cae una bandera blanca y verde. Los ricos de la estrella de cinco puntas nos abandonan.  Llora Florencia. Una puta y Fernando de Rojas empiezan a hacer de las suyas. Tres pateras cargadas de inmigrantes parten del litoral andaluz, haciendo una paradita en el Puerto de los Cristianos. El duque de Urbino y la Madonna de Senigalia se quedan sin la última pincelada. Se pasa de un invierno largo a una primavera de alergias, verano caluroso y triste otoño. Amanecerá 366 días. Feliz Año Nuevo y de paso...era nueva sin nadie saberlo.

Desde que tenemos uso de razón, a todos nos meten por lo ojos quienes son los héroes antiguos  españoles: el Gran Pelayo, Don Rodrigo, toda la saga de los Sanchos, El Cid, su mujer, Doña Urraca y una larga lista hasta llegar a los más grandes: Los Reyes Católicos. Esos grandes reyes que expulsaron a los moros. Pero es hora de reflexionar...expulsar...eso es cuando alguien no es bienvenido o entra en algún sitio por la fuerza o simplemente porque no cae bien.

         Algunos historiadores cuestionan la versión oficial, según la cual el Islam se implantó violentamente en la península en el año 711. Aunque el Islam ni se impuso ni era ajeno a los hispanos, que lo abrazaron libre y mayoritariamente. Mas bien se trata de un “invento” promovido por la Iglesia con objeto de encubrir su derrota ante los cristianos unitarios, seguidores del arrianismo.

¿Ocurrió la historia tal y como nos la han contado?¿Un puñado de bereberes pudo someter a 20 millones de hispanos?. Documentos de la época no contienen referencias a aquella terrible invasión que, de ser cierta, habría supuesto todos los males inimaginables.

          La guerra civil que estalló en la Península Ibérica a principios del siglo VIII , explicada como conflicto político y disfrazada más tarde como invasión de potencia extranjera, tuvo su auténtico origen en unos hechos que se remontan a cuatro siglos antes, al enfrentamiento producido entre dos corrientes cristianas: los arrianos, que negaban que el Hijo fuera igual al Padre y los trinitarios, adheridos al dogma predicado por  San Pablo, que mantenían que hay tres personas distintas  en un solo Dios verdadero. Para aproximarnos a la verdad, cuando un contingente de bereberes cruza el estrecho de Gibraltar, derrota a las tropas visigodas lideradas por Don Rodrigo y se establecen en la Península Ibérica, tendremos que remontarnos al siglo IV.

En el año 325, el emperador Constantino convoca un concilio en Nicea para zanjar las disputas teológicas que estaban perjudicando al imperio. El dogma de la Trinidad se impuso y se incluyó en la religión oficial, mientras que se reafirmaba la excomunión del obispo Arrio. Un siglo después, su mensaje obtuvo un eco imprevisible. Las ideas que Arrio había predicado en Oriente fueron propagadas por Prisciliano en la Península Ibérica y en el sur de la Galia. Comenzó su predicación hacia el 370. Era un hombre culto, ascético, vegetariano y que no hacía distinción entre los hombres y mujeres en cuestión de nombramientos. Prisciliano tuvo que soportar durante toda su vida pública el acoso teológico y personal de los obispos trinitarios , temerosos de su creciente influencia entre el clero y la población. A Prisciliano le cortaron la cabeza. Fue el primer hereje que sufrió pena de muerte.

Curiosamente, Unamuno sugiere que quien está enterrado en Compostela no es el Apóstol Santiago, sino Prisciliano, lo cual daría idea de la extensión e importancia que alcanzaron sus doctrinas. Lo cierto es que su ejecución afianzaría el arrianismo en el país. Por otra parte, hacia el año 460 tomó el poder en la península el monarca godo Eurico, quien se convirtió a la fe arriana y truncó así las ambiciones de los que no habían dudado en matar a Prisciliano con tal de acabar con sus ideas

         En el año 587, el rey godo Recaredo se alió con los trinitarios por conveniencias políticas y, en nombre propio y en el de todo su pueblo, abjuró del arrianismo que habían practicado los anteriores monarcas godos. Se prohibió el culto arriano y se iniciaron brutales persecuciones contra sus seguidores y también contra los judíos, quienes hasta entonces habían practicado su religión libremente. Los arrianos de la península y del sur de Francia se sublevaron y tuvieron que soportar durante el siglo siguiente robos, violaciones, asesinatos y reducción a la esclavitud.

La tensión se rebajó cuando el rey godo Witiza subió al trono en el 702 y comenzó a deshacer los entuertos de sus antecesores: declaró una amnistía contra los perseguidos y les restituyó sus bienes; detuvo las medidas hostiles contra los judíos. A la muerte de Witiza, en torno al año 709, todo cambió. La nobleza y los obispos impidieron que su hijo ocupara el trono, y eligieron en su lugar al que la historia ha conocido como Don Rodrigo. Estalló entonces una guerra civil entre los partidarios de éste, probablemente seguidores del Cristianismo establecido, y quienes apoyaban a los sucesores de Witiza. Al mando de la Bética estaba Rechesindo, el antiguo tutor del hijo de Witiza. Rodrigo lo mató en una escaramuza y entró en Sevilla sin oposición. Entonces los partidarios de la estirpe de Witiza, los debilitados arrianos, pidieron ayuda a Taric, gobernador de la provincia visigótica de Tingitana (la actual Tánger), en el norte de Marruecos con cuyo reinado mantenía estrechas relaciones. Taric era, probablemente, de raza goda . Uno de los jefes militares era Yulián, de origen romano, a quien la leyenda de la invasión convirtió en el traidor conde Don Julián. Taric cruzó el estrecho con guerreros de diversas etnias, integrados en la causa arriana, entre los que abundaban los bereberes. La presencia de estas tropas no provocó una especial reacción entre la población autóctona, ya que la petición de auxilio a fuerzas extranjeras era una práctica muy corriente en Hispania. Los judíos, que habían sido ferozmente perseguidos por los monarcas godos después de que éstos abandonaran la fe arriana, acogieron favorablemente a los recién llegados.

        Según Olagüe, en las crónicas latinas y bereberes aparecen los godos como un grupo aparte que guerreaba contra un enemigo que no era español, ni cristiano, ni hereje, sino anónimo. Lo que no se podía decir, o lo ignoraba el cronista, era que los godos luchaban contra la masa del pueblo, contraria a la oligarquía dominante. Suponiendo que la batalla de Guadalete no hubiera sido una ficción, el número de fuerzas que intervino tuvo que ser más modesto. Se dice que Rodrigo murió en la batalla, pero es más probable que fuera expulsado de Anadalucía.

      Lo que si es cierto, es que en el siglo IX, vemos que los musulmanes llevaban 140 años en la península, tenían desde hacía un siglo la capital del reino en Córdoba, la más importante y refinada ciudad de Occidente por entonces, con un millón de habitantes, y es evidente que no habían forzado la conversión masiva de indefensos cristianos, ni siquiera hacían proselitismo de su fe ni alardes de su culto. ¿Qué fe seguían entonces los andaluces? Lo más probable es que se tratara del arrianismo tradicional, en discreta evolución hacia el islamismo, que la mayoría de la población acabaría abrazando, igual que adoptó paulatinamente la lengua árabe en sustitución del latín. No hubo imposición, sino lenta seducción. Y no se trataba de una fe extranjera. Palacios y otros arabistas mantienen que el islamismo es una suma de creencias que tiene en su base lo arriano y lo judaico. Se  comparte lo esencial: el sometimiento a un solo Dios con el que pueden comunicarse directamente y desde cualquier lugar.

          Incluso los investigadores que respaldan la teoría de la invasión juzgan extraño que un puñado de árabes pudiera influir tan profunda e inmediatamente en 20 millones de hispanos. Olagüe sintetiza su perplejidad en tono irónico: Tuvo entonces lugar una mutación formidable, como se produce en el teatro un cambio de decoración, España, que era latina, se convierte en árabe; siendo cristiana, adopta el Islam; de practicar la monogamia, se transforma en polígama. Como si hubiera repetido el Espíritu Santo el acto de Pentecostés, despiertan un buen día los españoles hablando la lengua del Hedjaz (árabe). Llevan otros trajes, gozan de otras costumbres, manejan otras armas. Los invasores eran 25.000. ¿Qué había sido de los españoles?

          Se ha querido transmitir la idea de que España era poco menos que un erial artístico e intelectual hasta que la fecundó el Islam. 


        El árabe no empieza a generalizarse por escrito en España hasta la segunda mitad del siglo IX. Es entonces cuando florecen las ciencias, la filosofía y la poesía. La rica lengua árabe es el instrumento; el genio lo aportan aquellos que vivían ya en Al-Andalus y los que llegaron como invitados, tanto del mundo islámico como del cristiano, sin distinción de étnicas. No obstante, innovaciones arquitectónicas como el arco de herradura no son una aportación arábiga; éste existía en Oriente y puede verse en varias construcciones de España y Francia anteriores al Islam. Tampoco parece obra suya la mezquita de Córdoba, ni nació mezquita. Este templo, bosque de columnas, es incompatible con el culto musulmán y con el cristiano, ya que ambos exigen espacios diáfanos para seguir al oficiante.

          En suma, demasiadas incógnitas a la hora de analizar un periodo que fue trascendental para la posterior evolución de la sociedad española y que la historiografía oficial ha catalogado, de forma excesivamente parcial y simplista, como una invasión y una conquista.

          Se cuenta que Abd al-Rahmán, primer emir de Al-Andalus, que unificó el país bajo su mandato y fijó su capital en Córdoba, en cuya mezquita se hizo entronizar en el año 755, era el único superviviente de la destacadísima familia Omeya, exterminada por los abasíes. Las cónicas musulmanas lo llaman El Emigrado, extraño apodo cuando todos los árabes de España eran igualmente emigrados. No se sabe como llegó aquel joven a la península ni cómo adquirió su elevada condición, que defendió con las armas los 30 últimos años de su vida. Aunque era de puro origen semita, la descripción que de él se hace corresponde a un germano: alto, de piel blanca, pelirrojo y de ojos azules, características físicas que heredarían sus descendientes. Ibn Hazam de Córdoba habla de ello en su obra El Collar de la paloma, escrita hacia el año 1030

        El padre de Ibn Hazam, visir del califa Omeya Hisam II, destronado por Almanzor, defendió siempre el derecho divino de los Omeyas al trono. Ese y otros aspectos ofrecen un curioso paralelismo con la estirpe de los merovingios, también tenida por sagrada. Los merovingios pertenecían a la tribu de los sicambros, aunque ellos se consideraban descendientes de Troya.


          Diversos historiadores afirman que Abd al-Rahman no descendía de los Omeyas, Esta ascendencia habría sido un invención posterior para legitimar la dinastía en España. ¿De quién descendía entonces El Emigrado y de donde llegó en realidad? La ficción genealógica tiene dos causas que a veces coinciden: ocultar la verdadera identidad o ennoblecerse. Cualquier engaño valía con tal de parecer hidalgo, hijo de godo. O todo lo contrario, por que en la España islámica la manía genealógica era tomar apellidos que enraizaran con el Profeta o sus familiares, como prueba de pureza étnica y religiosa. En Al-Andalus, con el cambio de cultura y de idioma, la confusión, intencionada o no, resultaba inevitable.

         ”Una reconquista de seis siglos no es una reconquista” Con esta frase zanja Ortega y Gasset la cuestión en su España invertebrada. Tampoco duró seis siglos el intento. Menéndez Pidal dice que este ideal de la reconquista aún no había cuajado en el siglo XIII en la mente de los caudillos norteños. Ni siquiera  Sancho el Mayor, un rey navarro tan poderoso, tubo ninguna idea de reconquista.

   

BIBLIOGRAFÍA: BIBLIOTECA PUBLICA MANUEL SÁNCHEZ CHAMORRO.

 

                                                     al – wadi al - Kabir